Mi viaje del alma
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar.”
— Antonio Machado
El llamado
Una tarde de febrero de 2025, estaba Cecilia en casa, un tanto inquieta por haber concluido un ciclo importante en su vida, un poco confundida por no saber cuáles serían los siguientes pasos en su vida, en su formación como terapeuta y su propio camino de transformación.
Cuando Cecilia concluía formaciones, mantenía por unos días un aire un tanto arrogante del “saber”, y por otro lado la jalaba una cuerda invisible como una resistencia que la obligaba a voltear con humildad el sitio donde estaba en ese momento.
Desde esa actitud de humildad Cecilia decidió poner silencio y parar de buscar que pasos seguían, simplemente hizo una reflexión sobre todas aquellas filosofías, maestros, guías que habían sido faros en su vida, y pensó que seguramente el siguiente capítulo vendría desde esa intuición, así que descubrió la Psicología Transpersonal.
Cuando Cecilia comenzó el viaje hacia la psicología transpersonal, al principio no lo comprendía muy bien, porque ella pensaba que sería una formación para comenzar a acompañar a otras personas, así que Cecilia recibió su primera lección aquí, en este preciso momento: “Entendió que el viaje no era hacia afuera, era un viaje al interior, al regreso a casa, a reencontrarse con su SER”
La respuesta está en el silencio
Para las siguientes semanas de este inesperado viaje, Cecilia empezó a descubrir que ella era más que una identidad, ella decía “Si me llamo Cecilia, tengo 34 años, estudio psicología, pero ¿Qué más es Cecilia}”? La única forma de permitir que muchas más preguntas fueran teniendo respuestas fue a través del silencio. Así que Cecilia emprendió otro camino importante en este capítulo, el viaje que no tiene destinos, el viaje que reside en el presente, en el silencio. En estos pequeños viajes, que llamamos atención plena, a Cecilia le costaba al principio permanecer aquí, no sabía estar ahí, en el presente, tuvo que aprender, con mucha determinación, con paciencia, constancia, ese viaje al presente y al silencio cada vez se volvió más cercano, más familiar, y más profundo.
Cuando el borde se disuelve
Una maestra de Cecilia un día le dijo “¿Cómo le explicarías a una persona a que sabe la Sal, si nunca la ha probado?” Saber es sinónimo de saborear. Hay que experimentar en el cuerpo y en el alma, así fue comprendiendo Cecilia la psicología transpersonal. Ella anteriormente vivía muy identificada con su mundo interior, con sus pensamientos, sentimientos, con lo que hacía, con sus vínculos, y esto la tenía siempre muy mortificada, con un apego enorme a esas identificaciones. Lo que fue aprendiendo Cecilia fue a comprender ese mundo interior, a darle luz, a legitimarlo, de la mano de su mentora: Anastasia.
Anastasia fue ese faro para Cecilia durante su camino de autoconocimiento, ella la acompañaba a esos lugares oscuros, y ponía su luz para que Cecilia lograra ver y comprender. Anastasia la llevó a viajar en el tiempo, a que Cecilia se reencontrara con su niña interior, con su adolescente, con su parte perfeccionista, Anastasia ha acompañado a Cecilia de una forma amorosa, le ha hecho sentir segura de seguir avanzando hacia esas partes que no han salido, abrazando juntas esas partes que habían estado olvidadas, Anastasia tiene una luz tan brillante que puede ser compartida y repartida para que ahora Cecilia sea capaz de usar esa luz cada vez que la necesite.
Ahora Cecilia comprende que ella es mucho más que todas esas partes que habían quedado desterradas, ahora esta reconciliada con esas partes y la han vuelto un ser humano integrado.
Cecilia también reconoce que es un individuo que a su vez es un ser humano, que existe una humanidad compartida la que le hace cultivar desde la autocompasión, también compasión por los demás, que sus actos no se quedan solo con ella, sus actos también trascienden y se comparten con los demás, sabe que tiene una gran responsabilidad, no hacia los demás, sino con ella misma, porque sabe que su sanación, tiene un efecto colateral en el mundo.
La sombra: lo que rechacé, me esperaba
Cecilia creía que no enojarse, que permitir, que no cansarse y hacer todo perfecto era el camino correcto. Cuando en la historia de Cecilia apareció la puerta del camino a su sombra, no fue fácil, porque más que verse a ella misma de inicio, vio personas y situaciones que le habían dolido mucho en su vida, tanto, que incluso las encerró en un cuarto y le puso llave, y Cecilia no había dado cuenta de que ese cuarto encerrado, estaba dentro de ella, no fuera. Y cada vez que esas partes que Cecilia renegaba, rechazaba por dolor, por juicio, por miedo, esas partes parecían ser más grandes, más dominantes y cuando menos se lo esperaba salían, de formas muy agresivas, con el cuerpo de Cecilia en forma de síntomas y como conductas que la dejaban agotada, triste, vacía.
Cuando Cecilia emprendió el camino para conocer sus sombras, acompañada de Anastasia por su puesto, era una de esas veces que Cecilia necesitaba compañía para afrontar, Cecilia con lágrimas en los ojos, pero con valentía y decisión, abrió la puerta, miró de frente a esas situaciones que la tenían tan aterrada y molesta, a las personas del pasado, y en el momento de más intensidad, prendimos la luz, y resultó que en ese cuarto habían puros espejos, ella se quedó sorprendida al ver su reflejo en cada espejo de esa habitación. Se miró de frente y con mucho cariño agradeció, a cada situación, a cada persona por mostrarle esas partes ocultas porque ella estaba poniendo orden en otra habitación más de su museo interior.
El arte de dejar ir, sin perder
A lo largo de esta aventura Cecilia ha descubierto que había acumulado mucho en su “museo” interior y desordenado. Historia de vida, conocimientos, experiencias, talentos, e incluso “salas” que pertenecían a otros autores, como sus papás, abuelos, exparejas, vínculos que habían ido y venido, y salas que habían sido abandonadas, no terminadas, descontinuadas…
Cuando llegó el momento de soltar, de vaciarse, Cecilia sintió, por un lado un entusiasmo por poner manos a la obra para sacar lo que ella consideraba que ya no tenía lugar en esta nueva Cecilia que estaba construyendo, por otro lado, sintió una gran tristeza, miedo y nostalgia por todo lo que se había acumulado en estos años aquí.
En sus reflexiones, observando cuidadosamente cada ciclo de su vida, cada momento importante, cada pérdida, cada logro, cada tristeza, cada alegría, Cecilia sitió un profundo agradecimiento por cada experiencia vivida, se dio cuenta de que si no hubiera sido por cada momento, por cada sala, personaje, experiencia, ella no hubiera aprendido tanto. Y como a Cecilia le encanta ver la vida con metáforas y aprender de la naturaleza, dio cuenta en que no son pérdidas, soltar implica dejar de sostener lo que ya no es necesario y que entra un periodo de “reciclaje” no hay ningún desperdicio, así como cuando un árbol suelta sus hojas, esas hojas se convierten después en el alimento de la tierra de lo nuevo que viene.
Propósito: más allá del nombre propio
Cuando Cecilia se empezó a vaciar, tuvo la oportunidad de ver un espacio con claridad, y se dio cuenta de nuevo, que ella era mucho más que lo que vivía en ese museo por tantos años, porque ella podía observar como testigo, de todo ese contenido que había habitado por años, y ahora era testigo de esa vacuidad, pudo darse cuenta que ella era la que observaba, con tanto amor, con orgullo, esa amplitud que se había creado en este proceso, y ahora en esa amplitud, en ese silencio, en ese observar, tomó un descanso, y no siguió llenando de contenidos, hizo una limpieza profunda. Todavía quedaban las paredes viejas, el piso usado, las ventanas desgastadas, las puertas rechinaban. Pero ella los observa con tanto amor, con aceptación, con dignidad y se dispuso a hacer una pausa.
Cecilia leyó, en alguno de sus libros que más disfruta, que incluso la música necesita de pausas, para que después los instrumentos y sus músicos puedan volver a sincronizarse para crear una canción.
En esa pausa sucede la magia, porque la pausa sucede en el presente, en el ser, en el permitir, en estar atenta a la siguiente melodía.
El propósito de Cecilia es el presente, trayendo el poema del principio:
“Caminante, son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar.”
— Antonio Machado
Acompañar
Cecilia aprendió que no se guía por los caminos que aún no ha pisado. Acompañar no es empujar, es caminar a lado, sostener el ritmo, ofrecer silencio, recordar la dignidad, así como lo ha hecho Anastasia con Cecilia, poniendo luz más no decidiendo destinos.
El regreso a mi
Cecilia no es la misma, ni quiere serlo. La niña que fue juega en su corazón. La mujer que es siembra presencia. La que será ya se soñó alguna vez. Vuelve a su pecho como quien vuelve al mar. Y desde allí dice: gracias.
Cecilia se recuerda a si misma: “Si sientes el llamado, ven. Aquí hay lugar para tu cuerpo, tus preguntas, tu dolor y tu risa. Aquí caben tus síntomas convertidos en mensajes, y tus viejas historias buscando un nuevo final. Caminemos: no hay atajos, pero hay compañía. Y cada paso, aunque duela, tiene sentido.