Lo que he aprendido de la Bioneuroemoción®

La Bioneuroemoción® es un enfoque desarrollado por Enric Corbera en España, que busca comprender cómo nuestras emociones no gestionadas y creencias inconscientes pueden influir en el cuerpo, la mente y las relaciones, para así tomar conciencia, transformar la percepción y vivir con mayor coherencia emocional.

Estudié el Diplomado en Bioneuroemoción® hace un año y ha sido un viaje muy interesante, a veces incómodo, a veces divertido, a veces doloroso, y otras confuso, en definitiva, un viaje transformador.

¿Qué es lo que sanamos?

La comprensión no cambia al pasado, pero transforma nuestra relación con el. Y esa transformación es clave para vivir el presente de una manera más libre, más plena y más auténtica.

Muchas veces nos encontramos repitiendo en nuestras vidas experiencias dolorosas, y no logramos comprender ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? De nuevo… La Bioneuroemoción® puede ser un camino para tejer los hilos sueltos, para poner palabras donde antes solo había síntomas, a dar significado donde antes solo había confusión. Y desde aquí es donde podemos volver a elegir, un presente y por lo tanto un futuro más consciente.

Es importante reconocer todas aquellas partes nuestras que han sido “desterradas” por vergüenza, por culpa o por un profundo dolor, ¿Cómo las reconocemos? a través de nuestros vínculos más cercanos normalmente… Desde la mirada de la Bioneuroemoción®, todo lo que percibimos en el otro es una oportunidad de conocernos a nosotros mismos.


La proyección ocurre cuando algo interno —una emoción, una herida o una parte no aceptada de nosotros— se manifiesta afuera, a través de otra persona o situación.

En lugar de reconocer esa emoción dentro, la “colocamos” en el otro: lo que juzgamos, lo que nos irrita o lo que admiramos profundamente son reflejos de aspectos propios, conscientes o no. Por eso, cada relación se convierte en un espejo que nos muestra partes ocultas de nuestra propia historia emocional.

La Bioneuroemoción propone observar la emoción que surge frente al otro para descubrir qué información inconsciente está activando: quizá un recuerdo no resuelto, una lealtad familiar o una creencia aprendida. No se trata de culpabilizar, sino de responsabilizarnos de lo que sentimos y así recuperar nuestro poder personal.

Las conductas reprimidas son aquellas respuestas emocionales o comportamientos que, en algún momento de la vida —generalmente en la infancia—, aprendimos a reprimir para ser aceptados o evitar el rechazo.
En el inconsciente, todo lo que se reprime no desaparece, sino que se manifiesta a través de síntomas, tensiones corporales o proyecciones en los demás.

Por ejemplo: si de niños se nos enseñó que “enojarse está mal”, de adultos podemos reprimir la ira y proyectarla en los demás, percibiéndolos como agresivos o injustos.
La Bioneuroemoción invita a reconocer esas emociones sin juzgarlas, entender su función y permitir que se expresen de forma consciente y coherente.

5 Frases que me marcaron en la última conferencia de Enric Corbera en México… que luego yo añadí mi propia reflexión:

  1. El corazón es el lugar en donde el alma no olvida quién es: El corazón es, entonces, un puente entre lo humano y lo sagrado, entre la historia personal y la sabiduría ancestral que nos habita. Escucharlo no requiere ruido ni esfuerzo: solo silencio, presencia y ternura. Porque el corazón no se equivoca; simplemente nos espera, latiendo, recordando quiénes somos. En un mundo que nos invita constantemente a pensar, planear y analizar, el corazón sigue siendo el territorio más sabio y silencioso del ser. No solo es un órgano vital, sino un centro de inteligencia emocional, energética y espiritual, donde la memoria más profunda de lo que somos permanece intacta.

  2. Ser catalizadores: En el camino del acompañamiento consciente —sea terapéutico, educativo o humano—, no se trata de ayudar a los demás, sino de catalizar procesos.
    La palabra “ayudar” muchas veces implica una jerarquía invisible: alguien “que sabe” asiste a alguien “que no sabe”. Pero cuando nos colocamos en ese lugar, sin darnos cuenta, podemos reforzar la idea de que el otro está roto, incompleto o necesitado. En cambio, ser catalizadores significa reconocer que cada persona tiene dentro de sí la sabiduría necesaria para transformarse. Ser catalizadores es confiar: confiar en el proceso, en el tiempo, en el ritmo del otro.
    Y también es humildad: saber que no somos la fuente de la transformación, sino apenas un reflejo que invita a mirar hacia adentro.

  3. “No estamos pretendiendo llegar a ningún lugar”: En el acompañamiento humano, solemos comenzar con una expectativa: “quiero sanar”, “quiero cambiar”, “quiero llegar a ser alguien distinto”.
    Pero cuando miramos más de cerca, descubrimos que el verdadero proceso no consiste en llegar, sino en recordar; no en convertirnos en algo nuevo, sino en volver a ser lo que ya somos cuando dejamos de defendernos.

    Decir “no estamos pretendiendo llegar a ningún sitio” no es resignación, es presencia.
    Es comprender que la vida, la sanación y el aprendizaje no son líneas rectas con un destino final, sino movimientos circulares, espirales, que nos regresan una y otra vez al mismo lugar, pero con una mirada más profunda.

    En el acompañamiento, esta visión libera tanto al acompañante como al acompañado:
    No hay prisa.
    No hay meta que alcanzar, ni versión “mejorada” del ser.
    Solo hay experiencia, conciencia y transformación que sucede por sí misma cuando hay espacio, escucha y amor.

    La Bioneuroemoción® y la psicología transpersonal coinciden en esto: la transformación no se fuerza, se permite.
    Y en ese permitir, el ego deja de empujar y el alma empieza a respirar.

    A veces creemos que sanar es llegar a un punto en el que ya no duela nada, pero en realidad es aprender a mirar el dolor con tanta ternura, que deja de asustarnos.
    Sanar no es llegar a un sitio nuevo, sino quedarnos aquí, plenamente presentes, mientras la vida nos habita.

  4. Entrelazamiento cuántico: Enric nos puso de ejemplo el Big Bang. El concepto de entrelazamiento cuántico, según el cual dos partículas comparten un estado común sin importar la distancia, lo cuál me llevó a recordar un concepto que leí en el libro Miedo que constituye una metáfora científica de la interdependencia descrita en la filosofía budista por Thich Nhat Hanh bajo el término inter-ser.

    Mientras la física cuántica muestra la imposibilidad de concebir partículas como entidades aisladas, la visión de Thich Nhat Hanh nos invita a reconocer que los seres humanos —y la vida misma— tampoco existen de forma independiente, sino como nodos de una red de condiciones. En ambos casos, ciencia y espiritualidad coinciden en señalar la relacionalidad como fundamento de la realidad.

  5. Coherencia = entropía: A primera vista puede parecer contradictorio: solemos asociar la coherencia con el orden, la armonía y la estabilidad, mientras que la entropía representa el caos, la desorganización o la pérdida de energía.
    Pero en los procesos humanos, psicológicos y biológicos, la verdadera coherencia nace precisamente de permitir la entropía. En los procesos de sanación o acompañamiento, esa fase entrópica es esencial: lo viejo se desordena para que algo nuevo se integre. El corazón, desde la neurociencia y la física cuántica, también muestra esta sabiduría: su coherencia no es rigidez, sino una flexibilidad dinámica, un ritmo que se adapta, fluctúa y responde a lo que la vida propone.

    Así, podríamos decir que la coherencia no se impone, se alcanza después del caos.
    Es el resultado natural de haber permitido que la energía se mueva, que la emoción se exprese y que la información reprimida encuentre su cauce.

Los maestros, en cualquiera de sus formas —libros, guías, terapeutas o experiencias—, son faros que iluminan un tramo del camino, pero ninguno puede recorrerlo por nosotros. Su función no es darnos respuestas, sino despertar en nosotros las preguntas que nos devuelvan a la conciencia.

Confiar ciegamente en lo que otros dicen, por más sabio o reconocido que sea, nos aleja del propósito esencial del aprendizaje: recordar nuestra propia voz.
La verdadera maestría no consiste en repetir ideas ajenas, sino en dejar que lo que escuchamos resuene dentro, lo pase por la experiencia, lo cuestione, lo sienta… y desde ahí transformarlo en comprensión propia.

El conocimiento sin reflexión se vuelve creencia;
la reflexión con presencia se convierte en sabiduría.

Por eso, más que seguidores, necesitamos alumnos conscientes, personas que aprendan a discernir, que se atrevan a no creer de inmediato, que se detengan a observar qué de lo que oyen tiene sentido en su propio cuerpo, en su historia, en su manera de habitar la vida.

Los maestros inspiran, pero no liberan.
La libertad llega cuando entendemos que el verdadero maestro habita en nosotros, y que todo lo demás —cada encuentro, cada lectura, cada enseñanza— es solo un espejo que nos recuerda el camino de regreso a casa.

Con cariño: Ceci Ponce

Siguiente
Siguiente

Día mundial de la salud